Ese tesoro natural, que se encuentra en el límite de las provincias de Catamarca y Tucumán, asoma en el corazón del departamento catamarqueño de Andalgalá. Se trata del río Aguada de Cobre, cuya particularidad se explica debido a la alta concentración de cobre en la zona, que al combinarse con el agua, crea una impactante tonalidad azulada que se destaca entre las montañas.
El acceso al río turquesa es una travesía que combina vehículos 4×4 y trekking, lo que garantiza una experiencia inmersiva en los paisajes de esta región. La excursión, generalmente, comienza en Santa María o Andalgalá, dependiendo del punto de encuentro de los turistas.
“Y durante ese trayecto, que es de unos 150 km desde Santa María, se hace una parada en puntos históricos como El Ingenio, un antiguo sitio minero jesuita, donde se procesaban minerales como el oro. Ese lugar es ideal para conocer la historia minera de la región y disfrutar de vistas panorámicas”, especificó David, quien lleva más de 9 años realizando esa travesía a diario.
Otro punto en el itinerario es el antiguo cable carril, que alguna vez transportó mineral desde lo alto de las montañas hasta Andalgalá. “Es un testimonio de la riqueza minera de la región, pero también de las arduas condiciones de vida de aquellos años”, explicó.
El sendero culmina en una sección donde el agua cristalina comienza a emerger. “La magia del lugar reside en cómo el agua turquesa contrasta con las rocas y la arena del entorno. Aquí, el río alcanza su máxima belleza, gracias al sulfato de cobre que tiñe sus aguas de un color vibrante”, detalló el guía catamarqueño.
Este fenómeno natural se intensifica en la zona de las cascadas, donde el agua choca contra las piedras, creando un espectáculo visual único. “El tramo en el que se pueden apreciar aguas turquesas abarca alrededor de 400 metros. Más adelante, el agua vuelve a filtrarse en el terreno, lo que limita su extensión”, describió.
El color turquesa del río
El color turquesa del río proviene de la alta concentración de cobre que hay en el lugar (Foto gentileza: IG @davidflorez6015)
Para David, el mejor período para disfrutar del río es de mayo a noviembre, cuando el clima es seco y las lluvias no afectan el acceso, algo que ocurre en los meses de verano. “Las lluvias suelen ser intensas en la región y pueden dificultar el tránsito y alterar la claridad del agua”, advirtió.
El río se encuentra a unos 3.000 metros sobre el nivel del mar, lo que implica una exposición importante al sol, ya que el paisaje está dominado por arena y vegetación de altura, como la paja brava. Por eso, se recomienda usar ropa cómoda de colores claros, protector solar y gorra debido a la intensa radiación.
“La primera visión del agua turquesa entre las montañas es impactante. Las tonalidades y reflejos que genera son ideales para la fotografía”, remarcó David, quien señaló que hay puntos panorámicos específicos, que alcanzan los 20 metros de altura, desde donde se pueden apreciar tanto el río como el entorno montañoso.
La excursión también incluye una parada para almorzar y descansar en el Refugio Minero, un hotel erigido sobre una mina abandonada que se convirtió en un oasis turístico. “La historia del hotel es tan fascinante como el lugar mismo; es un ejemplo de cómo las adversidades pueden transformarse en oportunidades”, comentó David al contar la historia de su creador.
“El refugio fue construido por un visionario llamado Champa, quien perdió de su empleo en una fábrica militar. Con su indemnización, decidió invertir en una pequeña mina de rodocrosita, una piedra semipreciosa de gran valor para la joyería. Este mineral, conocido también como la ‘rosa del Inca’, es escaso y extraído solo en unos pocos lugares del mundo”, relató.
Hoy, además de brindar servicios de comida y alojamiento, es un espacio que preserva la historia minera de la zona. “En el refugio se encuentra un pequeño museo, donde los visitantes pueden explorar los restos de túneles y herramientas utilizados en la extracción de minerales. Una caminata corta lleva a una antigua mina de rodocrosita, donde los guías narramos cómo este valioso recurso fue extraído y procesado en tiempos pasados”, señaló David.
La travesía por las inmediaciones del río turquesa demanda casi un día completo. Se puede llegar a extender desde las 9 hasta las 18 dependiendo de las paradas realizadas. Plantas como el chañar, los cardones y la jarilla predominaban en el paisaje. Y de vez en cuando, los colores del desierto son interrumpidos por alguna bandada de aves, como los jilgueros y los aguiluchos que custodian esas alturas. También se puede apreciar llamas y las ovejas.