Parece que una de las frases que Jorge Sampaoli lleva tatuada en el brazo izquierdo se convirtió en su leitmotiv por estos días. «No escucho y sigo.» reza la canción de Callejeros, una de sus bandas de cabecera. Las playas de Santos y el centro de entrenamiento del Peixe parecen haberse convertido en su búnker, donde el casildense le da rienda suelta a sus pasiones y comienza adquirir otras nuevas, como el tenis de playa y el futevolei.
Así, se quita el veneno de los dardos que le llovieron durante el último Mundial con la Argentina y, ajeno a la desconfianza de la prensa brasileña en el inicio de su mandato, comienza a darle forma a Santos.
No escucha y sigue. Se rehúsa a dar entrevistas particulares, pero casi nunca niega un autógrafo o una foto cuando algún fanático se lo encuentra practicando deportes playeros en el Canal 3, uno de los puntos más populares del litoral santista.
«Está fascinado con la playa», contó un allegado al DT, que un par de semanas atrás abandonó el hotel donde se hospedaba, en el balneario de Gonzaga, para instalarse en un cómodo departamento.