La Casa Azul de Coyoacán guarda la memoria íntima de Frida Kahlo y la comparte con el mundo desde una curaduría sensible y viva para quienes visiten el museo.
“Frida es su casa azul, y la casa azul es Frida.” La frase, dicha con convicción por Perla Labarthe Álvarez, directora del Museo Frida Kahlo, no es apenas una metáfora. Es una definición contundente de lo que significa este espacio: el epicentro vital, artístico y emocional de una de las figuras más trascendentes del arte latinoamericano. La Casa Azul, en el barrio de Coyoacán, Ciudad de México, es mucho más que un museo: es un lugar de memoria viva, de pulsos detenidos en el tiempo, de intimidad compartida con miles de visitantes.
En una conversación profunda y cálida, Labarthe repasa la tarea compleja de preservar una casa como espacio íntimo y, al mismo tiempo, abrirla al mundo como símbolo cultural. También reflexiona sobre la actualidad del legado de Frida Kahlo, el equilibrio entre turismo y respeto, el vínculo con el barrio que fue su raíz, y las nuevas preguntas que el museo se hace para mantener viva una historia que aún late.
Una casa habitada por la historia
La Casa Azul no es una escenografía museográfica. No es una reconstrucción artificial ni una vitrina impoluta. Es el espacio donde Frida Kahlo vivió 36 de sus 47 años. “Acá creció, se convirtió en mujer, se convirtió en pintora, compartió con sus seres queridos. Esta fue su casa, su refugio, su hogar en toda la palabra”, dice Labarthe.
El recorrido propone transitar no solo por las habitaciones físicas, sino también por los pasajes simbólicos de su biografía. Allí están su comedor, su cocina, su estudio, sus recámaras. El lugar en el que trabajó, sufrió, amó, rió. “Queremos transmitir eso: el privilegio de estar donde Frida vivió su cotidianidad. Y al mismo tiempo, su intensidad.”
A lo largo del recorrido, los objetos personales, las obras y hasta el jardín —que aparece inmortalizado en sus autorretratos— nos hablan. Frida sigue estando ahí, en cada rincón.

La cama de Frida con el espejo que mando a colocar su madre para que pueda pintar desde su convalecencia.
Lo íntimo y lo público: una tensión constante
La Casa Azul es un ejemplo paradigmático de lo que significa una casa-museo. A diferencia de los grandes museos construidos con una finalidad expositiva, estos espacios contienen la tensión entre lo privado y lo colectivo. Y esa tensión, como explica Labarthe, es parte del trabajo cotidiano del equipo curatorial.
“Este fue un espacio privado. Pero gracias a la voluntad de Frida y Diego, se convirtió en un lugar público”, afirma. Diego Rivera, tras la muerte de su esposa en 1954, gestionó junto al Banco de México la creación de un fideicomiso que garantizara la conservación de la casa con todas sus pertenencias. Para ello, convocó a su amigo Carlos Pellicer, poeta y museógrafo, quien ideó el primer diseño museográfico.
Pellicer, que conocía bien la casa y su energía vital, fue quien logró transformar ese espacio íntimo en un museo sin traicionar su esencia. “Hay una carta hermosísima que él le escribe a Frida después de su muerte, donde le cuenta todo lo que hizo con su casa. Es un documento muy conmovedor”, relata la directora.
Hoy, más de seis décadas después, el equipo del museo sigue trabajando bajo la misma premisa: preservar la atmósfera de hogar sin renunciar a su misión pública. Eso implica cuidar los objetos, limitar el acceso a ciertos espacios, rotar obras por motivos de conservación, y al mismo tiempo, recibir a miles de visitantes cada año.

Frida está completamente presente en su casa museo, es inevitable que quienes la visitan se sientan atravesados por la vida de esta maravillosa mujer.
El desafío de la masividad
Convertirse en uno de los museos más visitados de América Latina tiene su precio. El turismo masivo pone en jaque la conservación y la experiencia íntima. “Nos preguntamos continuamente cómo hacer para que el público que quiere venir pueda disfrutarlo, sin perder el espíritu de hogar, de creación, de refugio que tuvo para Frida”, reflexiona Labarthe.
A través de una curaduría delicada, se busca mantener el equilibrio. El diseño del recorrido, la dosificación de visitantes, la selección de obras y hasta la disposición de las habitaciones apuntan a mantener viva la sensación de estar “en la casa de Frida”, y no en una postal vacía.
Las muchas Fridas: dolor, cuerpo, maternidad, identidad
Una de las riquezas de Frida Kahlo es la multiplicidad de sentidos que permite su obra. Su vida estuvo atravesada por el dolor físico —producto de un accidente y de diversas operaciones—, por el deseo y la imposibilidad de ser madre, por la exploración de su identidad en un México convulso, por el amor, la militancia, el arte como refugio.
¿De qué modo el museo aborda esos temas sin caer en la simplificación?
“Frida se puede conocer desde muchas aristas: su obra plástica, sus cartas, sus fotografías, su diario. Nosotros trabajamos con todos esos materiales. A veces sus cartas son tan poderosas como sus cuadros. Son instantáneas que revelan lo que estaba sintiendo en ese momento”, explica Labarthe.
El museo incorpora estos materiales como parte de la experiencia. En una de las exposiciones recientes, llamada Un lugar que no de lugares, se exhibieron cartas donde Frida relata con crudeza el dolor de perder un embarazo en Detroit. También se sumaron entrevistas donde la artista cuenta por qué pinta, qué temas le importan, cómo vive su cuerpo.
“La obra de Frida no se agota. Cada generación encuentra una Frida distinta. Y nosotros acompañamos esa búsqueda”, afirma.

La urna donde descansan las cenizas de Frida dentro de su estudio en Coyoacán, Ciudad de México.
Frida y Coyoacán: un amor de raíz
La Casa Azul no solo está en Coyoacán: es parte esencial de su identidad. “Frida se sentía de acá. Tenemos cartas que intercambia con vecinas, y una muy linda que le escribe a su madre desde Estados Unidos donde dice que tiene ‘coyoacánitis’. Estaba lejos y extrañaba su barrio”, cuenta Labarthe.
Hoy el museo mantiene ese vínculo. Se relaciona activamente con la comunidad artística del barrio, con instituciones vecinas, y también con comunidades virtuales que surgieron durante la pandemia.
“Aprendimos que los muros del museo ya no son solo los de la casa. Hoy llegamos a muchos lugares, como ustedes en la Patagonia. Y eso también nos alegra”, dice.
Nuevas generaciones, nuevos relatos
¿Cómo se transmite el legado de Frida a quienes no vivieron su época? ¿Cómo se vuelve atractiva sin perder profundidad?
La respuesta del museo es clara: más investigación, más fuentes primarias, más preguntas. “Tenemos muchas líneas de trabajo a partir de las colecciones: óleos, arte prehispánico, textiles, cartas, joyas. Todo eso nos permite armar exposiciones con rigor histórico. Siempre volvemos a las fuentes”, cuenta la directora.
La muestra por el 65° aniversario del museo tuvo como eje la voz de Frida. No la voz narrada por otros, sino la suya: sus cartas, sus reflexiones, sus entrevistas. “Queríamos que volviera a hablar. Y también devolverle la voz a quienes la conocieron. Esos documentos son muy valiosos para entenderla.”

El taller de Frida Kahlo en su casa museo del barrio de Coyoacán en Ciudad de México, está tal como ella lo dejó.
Si Frida hablara
La entrevista cierra con una pregunta imaginaria: si pudiera viajar en el tiempo y encontrarse con Frida en el patio de la Casa Azul, ¿qué le preguntaría?
Perla Labarthe sonríe. Se toma unos segundos. Y responde con la sensibilidad de quien lleva años dialogando con la figura de Frida, aunque nunca la haya conocido en vida:
“La dejaría hablar. Frida era una excelente oradora. Sus cartas lo muestran. Tenía sentido del humor, calidez, inteligencia. Yo me sentaría a escucharla.”

“El marxismo dará salud a los enfermos, 1954.” Es uno de los últimos cuadros que pintó Frida, donde se retrata liberada de sus muletas; unas manos la reciben desde lo alto mientras el planeta tierra queda, finalmente, atrás.
La eternidad de una casa viva
El Museo Frida Kahlo no es solo un sitio de exhibición. Es una experiencia emocional, un lugar que habilita el encuentro con una artista que transformó el dolor en belleza, la contradicción en potencia creativa, y la casa en espejo de su alma.
Desde el corazón de Coyoacán, la Casa Azul sigue latiendo. Sus muros hablan, sus objetos susurran historias, y sus jardines conservan el eco de una mujer que supo hacer de su vida una obra y de su casa, un mundo.
Instagram: @museofridakahlo