Timothy Treadwell tenía 46 años, era un apasionado por los osos grises y pasaba largas temporadas viviendo entre ellos. La costumbre hizo que dejara a un lado las medidas de seguridad más elementales. El 5 de octubre de 2003 acampaba en el Parque Nacional Katmai de Alaska junto a su novia Amie Huguenard cuando un hambriento grizzly los sorprendió. Qué dice el audio del ataque
“¡Hacete el muerto! ¡Hacete el muerto!”. Los alaridos de Amie Huguenard (37) se mezclan con el ruido suave de la lluvia golpeando sobre la lona de la carpa y los aterradores gruñidos de un oso que está arrastrando a su novio desde la puerta de la tienda hacia la espesa vegetación. Es una noche brumosa y cerrada. Timothy Treadwell (46) también grita desesperado. Sabe que el enorme animal se lo lleva para alimentarse. El oso tiene atrapada su cabeza entre sus mandíbulas. Timothy siente su aliento y su jadeo. En breve lo va a devorar. Amie se da cuenta de que su consejo para que Timothy se haga el muerto, no ha funcionado. Ahora le grita que pelee con fuerza por su vida. Ella, valiente, golpea al oso con una sartén, pero no consigue nada. El animal, enseguida, regresa por ella.
En 360 segundos todo ha terminado y el silencio vuelve a reinar en el Parque Nacional Katmai, en el sureste de Alaska, Estados Unidos.
Crónica de un fanatismo
El ecologista autodidacta y documentalista norteamericano Timothy Treadwell llevaba trece temporadas acampando en el mismo parque nacional. Sentía que ya dominaba por completo la zona. Conocía a los feroces osos grizzly (osos grises, una subespecie de los osos pardos que pueden superar los 500 kilos de peso y que erguidos llegan a medir casi 3 metros) y se sentía “amigo” de ellos. Con el tiempo, los empezó a identificar y hasta les puso nombres como Cupcake, Mr Chocolate o Goodbear. Año a año había comenzado a confiar más en sus habilidades dentro de la naturaleza y en la relación con estos animales salvajes. Cada vez obtenía mejores filmaciones. Jugando con sus crías, alimentándose y cazando salmones en el río. Timothy se acercaba más y más. Durante las tres últimas temporadas, compartir esto con su novia Amie Huguenard había empezado a ser otra costumbre en su vida. Ella tuvo que vencer antes los miedos que le inspiraban esas criaturas. Cuando lo logró, comenzó a acompañarlo. Jamás pensó que ese maravilloso verano del 2003 terminaría con ellos despedazados dentro del estómago de uno de esos osos gigantes.
La imprudencia puede ser una pésima consejera.
Amie y Timothy llegaron en junio de 2003 en un hidroavión taxi y se pasaron el verano boreal recorriendo y filmando estos animales en el parque. Los primeros días estuvieron en Hallo Bay. Luego de unas semanas, Amie volvió a California por su trabajo y retornó en septiembre al Parque Katmai para acampar con su novio en la zona de la Bahía Kaflia. La idea era volver a California juntos el 26 de septiembre, pero cuando llegaron al aeropuerto Timothy descubrió que los tickets estaban carísimos. Discutió con su agente de viajes. “No puedo creer que nos vayamos”, le dijo triste a Amie. Conversaron y decidieron volver al parque y quedarse siete días más. El 29 se subieron una vez más al hidroavión y acuatizaron en Kaflia Bay. Timothy siempre se saltaba las reglas y ahora estaba desafiando la que sostenía que el otoño es la estación más crítica y peligrosa con los osos. Los animales están justo alimentándose para generar todas sus reservas para el duro invierno. Dos años antes dos cazadores habían sido atacados y uno había muerto. Timothy no temía a sus animales. Llegaron y armaron las dos carpas azules: una para ellos, otra para las provisiones.
¿Dónde están los pasajeros?
Cuando Willy Fulton, el piloto que debía buscarlos con su hidroavión para la primera etapa de su viaje de regreso, llegó a Bahía Kaflia el 6 de octubre de 2003, se encontró con la peor escena posible. Timothy le había pedido que los buscara a las 14 horas. Willy llegó antes, cerca de las 13.
Es una tarde lluviosa y con neblina cuando la máquina naranja se posa en el agua gris. Willy abre la puerta y llama a Timothy a los gritos. Como no hay respuesta, baja del avión y empieza a caminar entre la vegetación hacia el campamento. De pronto escucha moverse algo entre los árboles. Lo recorre un escalofrío. Percibe que algo no está bien. “Tuve una sensación muy extraña”, diría más tarde. Con resquemor vuelve sobre sus pasos, salta dentro de su avión y cierra la puerta. Desde allí se sorprende cuando ve a un enorme oso yendo por el camino por donde acaba de pasar él. Estuvo al borde, piensa. Todo huele mal. Despega y sobrevuela el área, lo más bajo que puede… De golpe lo ve. Ahí está el gran oso comiendo algo que parece un costillar, saca pedazos de lo que podría ser un torso humano. Asqueado vuela unas quince veces sobre el área para intentar espantar al animal, pero solo logra que este coma más rápido.
A las 13.35 llama desde su teléfono satelital a los guardaparques. Contesta el ranger Joel Ellis quien le pide que se aterrice en un lugar donde no corra riesgos, y los espere.
Ellis y dos guardaparques más se suben de inmediato a un avión Cessna 206 y se dirigen hacia el lugar.
Aterrizan a las 16.26. Junto con Willy se acercan al campamento situado a unos 300 metros.

El sonido de la muerte
Van gritando los nombres de la pareja. Si el que está muerto es Timothy, puede ser que Amie aún esté viva. La visibilidad es pobre y la vegetación muy alta. Cuando ya están cerca, advierten que de una pila de restos y ramas sobresalen unos dedos. Un gran oso está sentado encima y engullendo.
El animal los ve, pero no se espanta con los gritos. En otro rincón, como escondido para ser comido más tarde, encuentran a Amie. Su rostro parece dormido, pero es todo lo que hay de ella. La cara. El oso está visiblemente agresivo. Los rangers disparan. Ellis aprieta el gatillo once veces; los otros dos, cinco veces cada uno.
El oso furioso y erguido llega casi a los tres metros de altura, pero la lluvia de balas consigue tumbarlo. Aparece otro oso más pequeño y también le disparan.
Disipado el peligro inmediato, avanzan unos metros más y llegan al campamento. Las dos carpas están destrozadas. Hay cosas tiradas por todos lados. Comida sin tocar, los zapatos prolijamente alineados en lo que había sido la entrada de la tienda. Unos metros más allá está la cabeza de Timothy todavía unida a un pedazo de su columna vertebral. Al lado, su brazo derecho tiene en su muñeca el reloj imperturbable que sigue marcando la hora.
Los pocos restos humanos son puestos en bolsas de plástico y enviados a los peritos. También los del oso van a ser estudiados bajo la dirección del biólogo Larry Van Daele. La necropsia del llamado “oso 141″ es clara: en su estómago hallan retazos humanos y ropa desgarrada. Calculan que el animal habría tenido unos 28 años.
Los médicos forenses quedaron impactados por lo poco que recobraron de los cuerpos y por el video con el que compaginaron los hechos. Uno reconoció, en un documental, que escucharlo le puso los pelos de punta. Entre las cosas que las autoridades recogieron en el campamento atacado encontraron los diarios de las víctimas y una cámara de video con la tapa puesta sobre su lente.
Ahí había un testimonio auditivo, sin imágenes, del horror. Eran los seis minutos de audio finales.