Eran ex comandantes de los estados del sur, que habían perdido la Guerra de Secesión. Hasta el día de hoy se aferran al supremacismo blanco, y lo hacen a través de la violencia y de sembrar el terror entre sus víctimas
La túnica y el capirote, una forma de asegurarse el anonimato para cometer un crimen y, también, de acrecentar el mito del KKK.
Eran seis amigos y era la Nochebuena de 1865. Todos habían sido comandantes de algún ejército de los estados del sur de los Estados Unidos durante la Guerra de Secesión, es decir, todos estaban a favor de que la esclavitud de los afroamericanos siguiera siendo el principal ordenador de la fuerza de trabajo y de la sociedad en general. Estaban aburridos pero, sobre todo, estaban muy enojados: querían venganza.
Habían perdido esa guerra. Los estados de la Unión, ubicados en el norte, habían vencido a los Confederados del sur, esos once distritos dedicados sobre todo a la producción algodonera a base del trabajo reducido a la servidumbre de la población afroamericana.
Los seis amigos estaban en contra de lo que en esos meses se conocía como la “reconstrucción”, una salida en la que los estados del norte y los del sur pudieran organizarse bajo un sistema unificado tras una guerra que había dejado al menos 800.000 muertos. No eran los únicos que se oponían: en abril de ese año, durante su segundo mandato, el presidente Abraham Lincoln había sido asesinado de un balazo en la cabeza. El homicida era un férreo opositor a esa reconstrucción.
Los seis amigos tenían un líder entre ellos: Nathan Bedford Forrest. Forrest tenía experiencia como integrante de la francmasonería y entre los seis decidieron formar una nueva organización, lo más secreta que fuera posible, lo más violenta que fuera posible y, sobre todo, lo más aferrada a los históricos valores confederados que fuera posible. Eso incluía, más que ninguna otra cosa, pretender que la población afroamericana conservara su estatus esclavo: eran, sobre todas las cosas, una organización racista.
Nathan Bedford Forrest fue el primer Gran Mago del Klan. Se trata del mayor rango posible dentro de la organización.
La Nochebuena de 1865 seis amigos militares y racistas fundaron el Ku Klux Klan, la organización terrorista que llegó a tener más miembros en los Estados Unidos, y que hasta nuestros días defiende el supremacismo blanco a través de la violencia y la intimidación.
Un nombre y un capirote para sostener el enigma
Los primeros integrantes del Ku Klux Klan supieron que, para ejercer toda esa violencia y esa oposición a la reconstrucción que empezaba a construirse, debían actuar desde la clandestinidad. Ocultar sus verdaderas identidades era una manera de cometer delitos sin que pudieran acusarlos y, también, de acrecentar el mito alrededor de la organización que acaban de fundar.
El capirote, esa tela en forma de cono que cubre la cabeza de cada integrante, era parte fundamental de esa tendencia a ocultarse. Y con su nombre, los fundadores del Ku Klux Klan quisieron también inscribirse como herederos de grandes protagonistas de la historia. “Ku Klux” es una derivación de “Kuklos”, que en griego quiere decir “círculo”: decidieron separar las palabras y sumar una X “para darle una mejor sonoridad”. Lo de “Klan” viene del gaélico escocés y lo escribieron con K simplemente para sostener esa letra que los identifica alrededor del mundo.
Son el KKK. En realidad, son KKKK: “Knights of the Ku Klux Klan” (”Caballeros del Ku Klux Klan”). Esas cuatro K son las que conforman la cruz que funciona como insignia de la organización, esa que, con una gota de sangre bordada en el centro, los integrantes visten en una túnica que les suma misterio y la impunidad del anonimato. Desde principios del siglo XX, la túnica es de colores distintos según el rango que se ostente en “el Klan”.
“Expediciones punitivas” para crear terror
“La señorita Allen, de Illinois, recibió una visita entre la una y las dos de la mañana en marzo de 1871, de cerca de cincuenta hombres montados y disfrazados. Cada uno vestía una larga túnica blanca y llevaba cubierta la cara por una máscara suelta (…) Se le ordenó a la maestra que subiera a vestirse, lo cual hizo enseguida. Luego recibió en su habitación a un capitán y un teniente, quienes además del disfraz, llevaban un par de cuernos en la cabeza y un artefacto en la frente”, dice un expediente de la investigación que llevó a cabo el Congreso de los Estados Unidos a fines del siglo XIX para conocer el alcance de la actividad del KKK.
Las cruces prendidas fuego, una tradición escocesa y otro recurso para generar miedo.
“El teniente tenía una pistola en la mano, y el capitán se sentó mientras entraban ocho hombres, llenando el vestíbulo. Trataron ‘caballerosa y tranquilamente’ a la maestra, pero se quejaron del impuesto por las escuelas, diciendo que debía dejar la enseñanza de inmediato y partir para nunca volver. Le avisaron, además, que ellos nunca dan un segundo aviso. La maestra abandonó el condado”, sigue el expediente.
El KKK las llamaba “expediciones punitivas”, y sus destinatarios habituales, por lejos, eran los pobladores afroamericanos que empezaban a organizarse, en la medida de sus posibilidades, en un esquema social que ya no los consideraba esclavos. Pero los integrantes del KKK no aceptaban ninguno de esos cambios, y estaban dispuestos a hacerlo saber a través de la violencia.
Irrumpían en las casas de la población afroamericana, y también, aunque en menor medida, en las de los republicanos que apoyaban la reconstrucción y la de los agricultores blancos que habían llegado desde los estados del norte y estaban dispuestos a organizar su producción sin acudir a la esclavitud.
Tenían un objetivo principal: sembrar el terror para lograr que, aunque la ley ya permitiera a los afroamericanos no ser esclavos, siguieran obedeciendo las órdenes de los sureños esclavistas. Para eso, el disfraz era un elemento clave. Pero la mayor característica de ese terror que sembraban era la brutalidad de los crímenes que cometían.
Sus víctimas aparecían colgadas de árboles, o linchadas, o estaqueadas. Los integrantes del KKK estaban convencidos de que la población afroamericana se alzaría en armas en contra de quienes habían sido no ya sus patrones sino directamente los dueños de sus vidas, y, además, que violarían a sus mujeres. Entonces, sin prueba alguna de esas sospechas que difundían para reclutar aún más miembros, atacaban sin piedad a sus víctimas.
Aunque mucho menos masivo que a principios del siglo XX, el Klan sigue activo en Estados Unidos. (AP)
Publicaban imágenes de sus ataques, incendiaban casas, irrumpían en las ceremonias religiosas de aquellos a los que perseguían, les robaban las armas con las que se defendían y, para simbolizar sus reuniones y sus ataques con una marca que los diferenciara de cualquier otra organización, prendían fuego cruces de madera. Era una costumbre de antiguos guerreros escoceses, que las encendían para detectarse entre distintos ejércitos y llamarse a las armas, y los integrantes del KKK la adoptaron. Era, también, una forma de dar cuenta de que la Biblia es, hasta hoy, uno de los elementos principales detrás de la simbología de la organización.
A medida que el KKK se extendía en los estados del sur, la violencia que caracterizaba a sus integrantes ocupaba cada vez más lugar en el mapa estadounidense. Para unirse al Klan había que cumplir al menos con dos condiciones: garantizar que cualquier información obtenida se mantendría en secreto, y responder a un cuestionario en el que se preguntaba, por ejemplo, si el candidato estaba de acuerdo con sostener la segregación de la población afroamericana y sus condiciones de esclavitud. Alguien que se opusiera a ese status quo quedaría inmediatamente fuera del KKK.
Su expansión provocó reacciones: hacia 1871 se sancionó la llamada popularmente Ley del Klan, que declaraba ideal a esa organización racista y autorizaba al Estado a perseguirla a través de las fuerzas de seguridad y de la Justicia. Era tarde para detenerlos: la persecución los hacía sentir cada vez más amenazados y, entonces, dispuestos a reaccionar.
Esa dinámica, la de la reacción, guiaría los pasos del KKK hasta nuestros días. A la vez, la capacidad de presión que tenía el Klan hacia fines del siglo XIX -y de violencia concreta- puso a los gobernantes a “negociar”. Para que el Klan, que ya contaba con miles de integrantes, aceptara el fin de la esclavitud, entonces el Estado debía garantizar que la población blanca contaría con espacios exclusivos en escuelas, transporte público e iglesias, entre otros escenarios. Los bares colgaban carteles que decían “White only” (“Sólo blancos”) y los integrantes del KKK desfilaban con pancartas que decían “White power” (“Poder blanco”) o “Muerte a nuestros enemigos negros”.
Esa convicción de que la población blanca era superior a los afroamericanos guía al Klan hasta hoy. Pero para que esas ideas se expandieran por todo Estados Unidos no alcanzaron sólo los ejércitos del sur. En 1915 se estrenó la película El nacimiento de una nación, que dura unas tres horas, es muda y en una de sus primeras placas de texto asegura: “La llegada del negro fue el inicio de la división de nuestro país”.
En 1925, el «Klan» llevó a cabo una enorme manifestación en Washington. El estreno de «El nacimiento de una nación» los había vuelto una organización con cuatro millones de integrantes. (AP Photo, File)
El film muestra a integrantes del KKK prendiendo fuego sus cruces y, según la mirada racista de la propia película, “ajusticiando” a pobladores afroamericanos. También muestra a estos últimos dispuestos a engañar a sus empleadores, o a burlarse de ellos, e incluso a avanzar sobre sus familiares y propiedades. Todo lo que el Klan aseguraba que podía llegar a pasar en medio de la “reconstrucción” era el paisaje confirmado en la película.
La vieron 30 millones de estadounidenses y hubo ciudades en las que los acomodadores se vestían con túnicas y capirotes para sostener el éxito absoluto de un film que recorría el país. Tras el enorme impacto de una película que se consideraría luego como una de las más racistas que se filmaron, el KKK pasó a tener nada menos que cuatro millones de integrantes en los Estados Unidos. Nunca antes una organización terrorista había tenido tanta masividad en ese país. La institución, enfocada en el racismo, había hecho cumbre en su impacto popular.
La reacción violenta, el motor cotidiano
El estreno y el éxito de El nacimiento de una nación serían el telón de fondo de una especie de “segundo lanzamiento” del KKK. Después de la gran conquista de nuevos integrantes de ese 1915, el Klan marchó a lo largo de Washington con unos 40.000 hombres vestidos con su capirote y su túnica, y sus cruces de madera, en una demostración de su poderío.
En esa especie de segunda fundación, cuando la organización logró su mayor adhesión formal y también informal -es decir, se sumaron miembros y también gente que apoyaba, aunque fuera en silencio-, el Klan estableció los colores y rangos de sus túnicas: del blanco de cada integrante raso al morado del Gran Mago, el máximo líder.
Hacia 1920, la organización era de una masividad imparable. Con el correr de las décadas, esa masividad iría bajando, aunque no la violencia con la que el KKK actúa. Cuando los afroamericanos lucharon por el fin de la segregación y la conquista de sus derechos civiles, hacia los años 50 y 60, salieron a la calle para defender, una vez más, el “White power”.
Cuando Obama resultó electo, los integrantes del KKK aseguraron que la población afroamericana «se alzaría en armas para vengarse de los blancos».
También lo hicieron cuando Barack Obama, el primer presidente afroamericano de los Estados Unidos, asumió ese cargo: como en el siglo XIX, estaban convencidos de que se desplegaría “la venganza negra” en todo el país. Para “anticiparse” a eso que sospechaban que ocurriría, batieron récords de compras de armas con las que defenderse.
En 2017 salieron a la calle para oponerse a la remoción de monumentos dedicados a quienes, con el correr del tiempo, fueron catalogados como perpetradores de un statu quo que implicaba violencia para, por ejemplo, los afroamericanos. Sus carteles, una vez más, se manifestaban a favor del “White power” y en contra de los “negroes”. Y no faltaban sus cruces de madera.
El paso del tiempo hizo del KKK una organización menos masiva que en aquellos años de esplendor, tras el estreno de El nacimiento de una nación. En los últimos años, sus acciones fueron, más que nunca antes, acompañar manifestaciones y reacciones de otros grupos, siempre asociados a una derecha cada vez más extrema y al supremacismo blanco.
La organización que nació en plena Nochebuena, pergeñada por un grupo de amigos aburridos, con sed de venganza y racistas, lleva activa más de 150 años. Siempre encontró la forma de ejercer la violencia y de sembrar el pánico. A su paso, asesinó a miles de afroamericanos y también a quienes los defendían, a quienes se oponían a su esclavitud, a las familias judías que llegaban desde Europa del Este en los albores del siglo XX, a la comunidad homosexual y a cualquiera que se cruzara con su objetivo central: un Estados Unidos construido sobre la convicción de que sus ciudadanos blancos son mejores.